jueves, 15 de septiembre de 2011

MIEDOS DE NIÑOS

El niño y el saber *

Jacques Alain Miller

El Instituto del niño ha sido inaugurado hoy con esta serie de trabajos sobre los miedos de los niños. La elección de este tema está justificada puesto que el texto mayor que Freud consagra al niño, - si no al psicoanálisis del niño al menos a su inscripción en el discurso analítico -, es el análisis de una fobia que, como sabéis, adquiere el aspecto de un miedo; un miedo irracional a los caballos.

Esta Jornada inaugural puede considerarse como una conmemoración de ese gran texto.

¿Qué tema para la segunda Jornada que tendrá lugar dentro de dos años?

¿Qué tema que haga pareja con "miedos de niños" para que tenga un efecto de sentido?

El miedo es patético, es un afecto. Busquemos, pues, un término que se le oponga de modo polar. Debe ser un término que pertenezca al registro del significante, como nosotros decimos. Es tanto más justificado dado que una fobia, si se siente a nivel del afecto, se analiza a nivel del significante. Hasta el punto que en la cura de Juanito la fobia llegó a ser definida por Lacan como un "cristal significante". Un cristal significante es una formación del inconsciente hecha de un número limitado de significantes cuyas permutaciones posibles el niño explora.

Una fobia no es un miedo, no se reduce de ninguna manera a un miedo. Una fobia, tal como se revela en una cura de orientación psicoanalítica, es una elucubración de saber sobre el miedo o sobre lo que hay bajo el miedo, en la medida en que ella es su armazón significante.

De esta reflexión, muy simple, procede la elección que hice del tema de la próxima Jornada. Es decir: "El niño y el saber". Este tema hace surgir, a su vez, algunas reflexiones que os entrego con el fin de abrir un campo y no para cerrarlo. En los dos años que nos separan de la próxima Jornada, aquellos que tengan a este nuevo Instituto del Niño como referencia, tendrán el tiempo de explorar ese campo.

Una vez dicho esto, encuentro que el niño y el saber son palabras que van bien juntas ya que el niño es, si se puede decir, la víctima designada del saber.

¿Qué es, en efecto, un niño? No es demasiado tarde para plantear la pregunta.

Un niño es el nombre que damos al sujeto en la medida en que se lo consagra a la enseñanza bajo el modo de la educación. El niño es el sujeto a educar. Esto quiere decir el sujeto a conducir, a llevar, como lo confirma la etimología que nos refiere al latín ducere que es un verbo derivado del sustantivo dux: el jefe.

De este modo el niño es, por excelencia, el sujeto librado al discurso del Amo por el sesgo del saber; es decir, por la mediación del pedagogo. Allí también la etimología nos recuerda que "pedagogo" era el nombre del esclavo encargado de conducir a los niños.

Entonces el saber del que se trata bien puede presumir de Amo pero eso no es mas que a título de semblante. Al Amo verdadero, al Amo que es la verdad de ese semblante no se lo ve. Es lo que Lacan ha traducido en su álgebra escribiendo una barra bajo el significante S2 y escribiendo el S1 por debajo de ella: S2/S1. El Amo se esconde bajo la apariencia de un saber-Amo, que no es sino saber de esclavo para conducir a los niños, que a su vez son los esclavos del esclavo.

Lo que Lacan llamó el discurso de la Universidad puede considerarse como la estructura general de todos los aparatos en los cuales el saber está en posición de semblante, en los que de hecho está en juego el poder. El niño es, hoy en día, una apuesta de poder y nosotros tenemos que decir en qué lugar nos inscribimos ante ese espectáculo.

Así, las controversias actuales sobre la educación son totalmente políticas. Se trata, nada menos, que de la producción de sujetos. Se trata siempre de reducir, de comprimir, de dominar, de manipular el goce de aquél al que se llama niño para extraer un sujeto digno de ese nombre, es decir un sujeto sujetado.

Asistimos a algo que va en aumento: a una competencia de los saberes, a una rivalidad de las tradiciones, a una lucha de trasmisiones avocadas a cual más a determinar qué saber aventajará al otro en la producción de sujetos, bajo qué yugo caerá el niño para merecer devenir lo que en ciertos saberes se denomina: un ciudadano. Esto se nota especialmente cuando se trata de la enseñanza de la historia.

¿Qué historia?, se preguntan. ¿Hay que enseñar la del país de residencia, la de Europa, la del mundo, la de la tradición étnica y/o religiosa a la que pertenece un niño?

Simplifiquemos la cuestión dibujando un triángulo de saberes cuyos vértices son el Estado, la familia y los medios:

- El Estado: porque estamos en Francia y hay en este país una tradición llamada republicana que prescribe un cierto orden de saber a transmitir; un orden de saber cuyos fundamentos se plantearon durante la Tercera República.

- La familia: dado que es también la comunidad étnica y/o religiosa, - cristiana, judía, musulmana - que quiere sujetos que perpetúen las prácticas y las creencias.

- Los medios: en cuanto el entretenimiento también vehiculiza un saber que modela al sujeto. Uno se pregunta de manera repetitiva sobre las incidencias que el espectáculo tiene sobre el sujeto a educar; muy particularmente, a propósito de los espectáculos de la violencia.

Michel Foucault forjó el término "bio-política" para designar la producción de seres vivientes en la medida en que ésta se ha convertido en una apuesta de poder. En esta misma línea, ¿porqué no hablar, nosotros, de "epistemo-política" para designar la política de los saberes que conciernen, que apuntan, especialmente al niño y que buscan conferirle una identidad? Por ejemplo, la identidad que algunos llaman "nacional". La cuestión es saber, cuando los poderes se pelean de este modo a propósito del niño, qué significantes Amo lo marcarán. Sea como sea, para que el sujeto pueda recibir una marca identitaria es preciso que el goce del niño se descomplete, que se someta a una pérdida, que se realice una ablación. Es la operación mayor del saber-semblante. Nadie lo duda cuando esto se encarna en una práctica como la de la extirpación. Pero ésta no hace más que manifestar que todo saber comporta una extirpación, todo saber lleva a cabo una ablación en el niño, exige que consienta a una pérdida.

La imagen tradicional de la enseñanza es la de la nutrición, la de la alimentación. Es lo que expresa muy bien el nombrecito latino que se da a la Universidad, que se encuentra en Rabelais, pero aún anteriormente en los romanos empleado allí para otros usos: Alma Mater, la madre nutricia. Podemos, desde ya, corregir esta imagen pensando, como nos lo recuerda el tema de hoy, que esa nutrición puede muy bien invertirse en voracidad. Si en las fauces de la mamá cocodrilo parece que se puede poner un palito, no se llega a poner en las fauces del aparato escolar y universitario donde es preciso que el niño se haga él mismo ese palito.

El psicoanálisis nos incitaría, más bien, a sustituir ese modelo oral de la transmisión del saber por una referencia anal. La trasmisión del saber exige siempre del sujeto que se vacíe de lo interior, que suelte lo que le pertenece propiamente, que se purifique del desecho que contiene. No por casualidad tenemos el testimonio del afecto de los primeros estudiantes de la Universidad de París, en el momento de su institución, en el siglo XIII, - dado que tenemos las cartas que escribían a sus familias -; testimonian que se aburrían como ostras.**

La voz y la mirada no están menos implicadas en la relación del niño al saber. Hace falta que una voz porte el saber. Los psicólogos que han contrastado los resultados escolares testimonian que el saber pasa mucho mejor cuando la voz del profesor está allí para dar soporte al significante. Por otra parte, la educación apunta a incorporar en el sujeto la mirada del Otro para que el sujeto mismo se vigile, se controle, se dirija, como si fuera el Otro. Hace falta que el niño incorpore algo del Otro y lo que debe incorporar es, por excelencia, la mirada del Otro.

Hago un retrato bastante patológico de la escuela, pero eso hace ver bien que lo que se llama psicoterapia es del mismo registro que la pedagogía. La psicoterapia es la pedagogía en cuanto acentúa el aspecto curativo de lo educativo. Yo acentúo más el aspecto patológico o patógeno.

Corresponde al Instituto del Niño destacar la función que tiene el deseo del Otro en la educación. Eso quiere decir, también, poner en cuestión el goce de los pedagogos; su goce infame, porque opera por el sesgo de los semblantes de saber sobre el goce del niño. La virtud de los pedagogos no es, a menudo, más que el revestimiento de un goce que aunque no lo sepan puede calificarse de sádico, con los consiguientes efectos de angustia sobre el educado.

Corresponde al Instituto del niño restituir el lugar del saber del niño, de lo que los niños saben. Ellos saben, saben siempre más de lo que suponen los adultos ya cretinizados por su educación lograda.

- Saben más sobre el lenguaje; por anticipación, como apunta el lingüista.

- Seguro que saben los secretos de familia.

- Saben el deseo de los padres, aunque más no sea porque ellos son su síntoma.

- Saben el deseo de los pedagogos.

- No se engañan sobre el carácter de semblante de los saberes que se les imponen y sobre el halo de ignorancia con el que esos saberes se rodean y en el que encuentran su asiento.

El saber del niño, en el sentido del saber que él tiene, no es de esos saberes de semblante, esos saberes artificiosos que se montan en discurso sobre la misma matriz que el discurso de la Universidad. El saber del niño es un saber auténtico, sabido o no sabido, y es en calidad de tal que se inscribe en el discurso analítico. Diré la palabra "respeto". En el discurso analítico el saber del niño es respetado.

El niño entra en el discurso analítico como un ser de saber y no solamente como un ser de goce. Su saber es respetado como el de un sujeto de pleno ejercicio, porque él es un sujeto de pleno ejercicio, no un "sujeto por venir" como es a los ojos de la pedagogía. Su saber es respetado en su conexión con el goce que lo envuelve, que lo anima, del cual se puede incluso decir que se confunde con él.

La cura no es una educación. Ante todo porque acogemos en el psicoanálisis sujetos traumatizados por el saber del Otro, por su deseo como por su goce. Saber, deseo y goce del Otro, han tomado para ciertos niños, valor de real. Se trata, sí, de conducirlos. Pero, no de conducirlos al dux, no a creer en el jefe, sino de conducirlos a que el Otro no existe.

Es el niño, en el psicoanálisis, quien es supuesto saber. En cambio, es al Otro al que hay que educar, es al Otro al que hay que enseñar a comportarse. Cuando este Otro es incoherente y desgarrado, cuando deja al sujeto sin brújula y sin identificación, hay que elucubrar con el niño un saber que esté a su alcance, a su medida, que le pueda servir. Cuando el Otro asfixia al sujeto se trata, con el niño, de hacerlo recular a fin de devolverle la respiración.

En todos los casos, el analista está del lado del sujeto. Su tarea es conducir al sujeto, al niño, a jugar su partida con las cartas que le han repartido. Hay aquí una puesta a prueba para el psicoanalista que controla la exactitud, la veracidad de su posición de analista, dado que no puede operar con el niño sino cuando no es siervo de ningún conformismo psicoanalítico, ante todo del conformismo del saber psicoanalítico.

Se asiste actualmente, desde hace algunos años, en determinado mundo psicoanalítico, a la transformación de la metáfora paterna en standard. Lo que comporta de supremacía la función paterna sobre el deseo de la madre se convierte, así, en la expresión de un machismo primario al mismo tiempo que la castración hace las veces de norma.

El saber del psicoanalista no es ese. Es el que ha de elucubrarse a ras del síntoma, lo más cerca del emplazamiento originario, original del síntoma. Lo que Lacan ha llamado el sinthome es un circuito de repeticiones, un ciclo de saber-goce, que se desencadena a partir de un acontecimiento del cuerpo; es decir, de la percusión de un cuerpo por un significante.

En el que llamamos niño tenemos la ocasión de poder intervenir antes que los efectos après-coup de esta percusión hayan tomado la forma de un ciclo definitivamente estabilizado. Incluso cuando ya lo está queda un margen que aún permite orientar el ciclo del síntoma a fin que el sujeto pueda encontrar un orden y una seguridad hechos a medida.

Lo que hay que esperar de la próxima Jornada del Instituto del Niño sobre "El niño y el saber" no es elaborar, aislar como una especialidad al psicoanálisis de niños. Es, por el contrario, contribuir al discurso analítico como tal.

* Presentación del tema de la segunda Jornada de estudio del Instituto del Niño, pronunciada el 19 de marzo de 2011 como conclusión de la Primera Jornada de estudio del Instituto del Niño.

** "S'emmerdaient" significa: "se aburrían como ostras".

La referencia al objeto anal patente en la expresión en francés se pierde con la traducción al castellano.

(Transcripción de Daniel Roy y Hervé Damase. No revisada por el autor).

Traducción: Shula Eldar


* Gracias a Teresa Ferrer