posted by Ana Rodríguez Sainz-Bravo on Educación emocional, Escuela de padres
Entre nuestras innumerables labores como padres se encuentra el establecer rutinas adecuadas que faciliten al niño el control sobre lo que le rodea. Con "rutinas" nos referimos a los patrones de conducta repetidos que cada familia establece y realiza en su vida diaria. Se trata de horarios (cuándo lo hacemos) pero también de procedimientos (cómo lo hacemos). Entre los hábitos más importantes que los padres debemos crear se encuentran los relacionados con el sueño, la comida, la higiene, el orden o el estudio. Además, y por si fuera poco, no basta simplemente con fijar una serie de normas, debemos garantizar que estas se cumplen, es decir, supervisar que se llevan a cabo de forma adecuada al menos hasta que el niño las ha incorporado a su repertorio de conductas habituales. Siempre es preferible incorporar cualquier pauta desde edades tempranas para después ir incrementando la complejidad y las responsabilidades a medida que el niño se desarrolla y las va dominando.
¿Por qué es importante esto de las rutinas?
Podríamos pensar que no es necesario establecer estas rutinas, que ellos solos irán aprendiendo con el tiempo cómo es necesario actuar. Es cierto que los niños son como esponjas que aprenden continuamente de todo lo que les rodea, por imitación o por las consecuencias que tenga su conducta.
Sin embargo, ayudarles desde fuera a crear sus hábitos servirá para que en un futuro los interioricen y sean capaces de afrontar su mundo de una manera organizada, segura y autónoma. Incorporar rutinas proporciona al niño una estructura, sabe lo que viene después ya que es capaz de encadenar acontecimientos (baño-pijama-cena-lavarse los dientes-a la cama) y esto aumenta el control que el niño tiene sobre lo que le rodea y por tanto, su confianza. Por otra parte, si establecemos rutinas adecuadas y el niño aprende que cada actividad tiene su momento, con la repetición irá aprendiendo a autorregularse (no me levanto de la mesa para ir a jugar, porque sé que después tendré un ratito para eso; tengo que ordenar los juguetes que he utilizado antes de irme a bañar…), lo que facilita su funcionamiento, le ayuda a comprender mejor su entorno y le permite desarrollar su autocontrol e independencia.
Además, tener unas rutinas estructuradas puede evitar conflictos, enfados o castigos innecesarios. El niño aprende cuáles son "sus tareas" y por tanto lo que los padres esperan de él (a un niño que tiene bien interiorizado el hábito de la comida costará menos convencerle de que "no se comen golosinas porque dentro de poco es la hora de comer").
¿Qué podemos hacer los padres para facilitar la creación de rutinas?
Los padres son la principal fuente de aprendizaje de los niños, seguramente habrás notado que tu hijo copia o repite cosas que haces o dices. Incluso puede que hayas dicho alguna vez "es que es igual que yo". Efectivamente, la mejor forma de enseñar a nuestros hijos a tener una vida ordenada es que los padres también respeten sus propias rutinas. Como hemos mencionado en anteriores ocasiones, somos su modelo de comportamiento. No podemos pretender que lea si nosotros no leemos, que recoja su habitación si nosotros no somos ordenados, que coma de todo si a nosotros no nos gusta la verdura ni el pescado. En definitiva, no podemos enseñar a un niño a ser quien no somos.
Los hábitos son un aprendizaje más por lo tanto no se adquieren de forma inmediata, se aprenden repitiendo y practicando. Si tenemos esto en mente a la hora de incorporar una nueva rutina posiblemente nos resulte más fácil tener la paciencia necesaria para que nuestro hijo haga suyo el aprendizaje. Si por el contrario, nos desesperamos y exigimos más de lo que el niño puede darnos, posiblemente estaremos convirtiendo el hábito, sea el que sea, en una experiencia aversiva y desagradable que el niño no querrá volver a repetir (si cada vez que se distrae haciendo la tarea nos enfadamos o hacemos comentarios del tipo "ya no sé que voy a hacer contigo", "siempre igual, todos los días lo mismo", posiblemente, lejos de reducir el problema, lo agravaremos).
Obviamente no siempre podremos cumplir exactamente con todas las rutinas. Por ello es importante ser flexibles en su aplicación (días especiales, celebraciones, etc.) En esos días conviene explicar al niño por qué nos la estamos saltando para que entienda el cambio. Del mismo modo, cuando queramos introducir una nueva rutina (deseable cada cierto tiempo) es importante que dediquemos un momento a explicar tranquilamente qué es lo que esperamos que haga, respondiendo a sus preguntas y posibles quejas. Por otra parte, si queremos que un buen hábito se mantenga es importante que prestemos atención a lo que el niño cumple y premiarlo cuando haga las cosas bien. Un halago, un beso o dar las gracias servirán para que el niño vea que lo que hace tiene un efecto positivo y se le recompensa por ello (si nuestro hijo recoge bien su cuarto cada día y nosotros ignoramos este comportamiento, pero cuando lo deja desordenado nos enfadamos y le recordamos sus obligaciones de mala gana, es probable que vea que sus acciones sólo tienen efecto cuando no cumple lo pactado).
Algunas de las rutinas de las que hemos hablado seguramente las tenemos muy claras e interiorizadas, como sucede con los hábitos relacionados con la comida, el sueño, etc. Las hemos introducido en nuestras vidas casi sin esfuerzo pues las seguimos prácticamente desde el nacimiento con ligeras modificaciones en función de la edad. Sin embargo, pese a tenerlas bien estructuradas podemos tener problemas puntuales a la hora de ponerlas en práctica (puede que nuestro hijo no quiera comer cuando toca, que le cueste irse a la cama a la hora establecida, que tarde en vestirse por las mañanas, que no le apetezca hacer la tarea, que le parezca que su habitación es mucho más acogedora con todos los juguetes por el suelo…). En próximas entradas intentaremos abordar de forma práctica cada tema por separado.
Ana Rodríguez Sainz-Bravo. Psico·Salud
Centro de Asistencia Psicológica