El Correo.- 16/02/2013
Isabel Silveira rompió su relación con el padre de su hija Adriana, de siete años, cuando estaba en estado. «Asumí el embarazo en solitario y me vine a vivir con ella a Sopuerta. Ha sido un padre ausente, podía estar seis meses sin verla», explica la mujer, que ahora reclama la custodia que un juez de Balmaseda le concedió de forma sorpresiva al padre, J.M.F, un conocido chamán catalán. «Me niego a que mi hija viva en una comuna donde se consumen drogas, rodeada de adultos». Isabel asegura que el padre de Adriana practica «ritos sectarios con drogas ilegales» y «el juez ha visto las fotos con las túnicas», protesta.
Tras la decisión del juez, la pequeña tuvo que desplazarse a Can Benet Vives, en el Montegre catalán, a 82 kilómetros de Barcelona, y separarse de su madre, con quien había estado desde que nació. «Pasó de vivir en un pueblo delicioso como Sopuerta a estar aislada del mundo en un monte», resume el abogado de Isabel, Juan Poirier, especializado en asuntos de familia.
Entre las razones que llevaron al juez a cambiar de forma radical la guardia y custodia de la menor, pese a la recomendación de los servicios sociales, fue que la pequeña estuvo sin escolarizar un año y que practican el «colecho», duermen juntas. Isabel, directora de una academia privada de idiomas, buscaba para su hija una educación alternativa. La niña acudió a una escuela de Berango y después a otra en Arcentales. Sin embargo, la pequeña se encontraba «desmotivada». La llevó a un pedagogo y a un psicólogo, que concluyeron que era «superdotada», motivo por el cual se aburría en clase. Isabel optó entonces por enseñar a la niña en casa y la matriculó en un colegio norteamericano que permitía este sistema, realizaba un seguimiento y otorgaba un título.
«El padre se enteró y aprovechó para pedir la custodia», explica el abogado. El hombre presentó un informe psicológico que indicaba que la niña sufría un retraso educativo de tres cursos, extremo que la madre niega. J.M.F. «sigue la tradición sufí de la religión musulmana, según la cual, los padres deben recuperar a sus hijos a partir de los siete años para que no pierdan la educación espiritual».
«Ni despedirnos»
En una primera vistilla, el fiscal del menor concedió la custodia a la madre, aunque le advirtió de que si no escolarizaba a la niña podía retirársela. «La volví a matricular en Arcentales, no iba a arriesgarme a perderla». Pero, en septiembre volvió a celebrarse un juicio, y otro fiscal y el propio juez le dieron la custodia al padre. El pasado 21 de octubre, el juzgado ordenó la ejecución inmediata de la sentencia y, con el corazón desgarrado, Isabel entregó a la niña a su padre en un punto de encuentro. «No nos dejaron ni despedirnos», recuerda entre lágrimas.
El juez le concedió un régimen de visitas de puentes y vacaciones y el padre sólo le permitía hablar con Adriana dos veces a la semana diez minutos. La mujer contrató a un detective privado que ha investigado la estancia de la niña en la comuna. «Estaba sola rodeada de adultos, su padre no la atendía, y cada noche dormía con una persona. En la escuela rural a la que va sólo hay 14 niños, y en su clase sólo cuatro de su edad. Aquí tenía una familia, sus abuelos, sus primos, amiguitos…», se duele Isabel.
Presentaron como nuevas pruebas el informe del detective y un examen de un prestigioso psiquiatra infantil que alerta del riesgo de afectación emocional de la niña y de que ésta puede sufrir el Síndrome de Alienación Parental respecto de la madre por influencia del padre. Isabel reclamó como medida cautelar que se suspenda la entrega de la niña -que ha pasado la Navidad con ella-, que tendría que realizarse hoy, y que el juez escuche a la niña. «No quiere ir», dice la madre. El fiscal debe pronunciarse al respecto antes de mañana. El caso está recurrido ante la Audiencia, que lo ha considerado urgente. «Voy a velar por el bienestar de mi hija hasta el final, y lo quiero hacer con la ley a mi favor», clama Isabel.